sábado, 28 de abril de 2007

El loco.

Segunda parte.
Sola parecía aclararse un poco la situación. Leonardo tarde o temprano llamaría o daría alguna señal, y después de todo quizás no estaba mal una distancia. Pensaba constantemente en donde podía estar y varias ideas se le ocurrían pero no sabía por donde empezar a buscarlo si es que debía hacerlo. Y la idea de que podía llegar a vender a Julio la atemorizaba. Si lo hacía lo haría para hacerla sentir culpable, y obviamente lo lograría. Pero al pensarlo le parecía tan ridículo que lo desechaba en seguida. Al paso de los días ya tenía la sospecha de que Leonardo se había ido a algún lugar cercano y se quedaría allí durante un tiempo. Seguramente no decía ni dónde estaba ni llamaba en un par de días porque supuestamente estaba enojado por la discusión. No sería tanto lo que tendría que esperar para su regreso pero por esos días el tiempo parecía estirarse tanto y por momentos le venía el miedo a que él no volviese en toda la primavera o peor de que él no volviese nunca, y se veía sin nadie y arrepentida. Y en esos instantes se asustaba tanto que creía que se atragantaba con la soledad de su casa, con el futuro negro que veía abrirse para ella. Ya habían pasado dos días cuando decidió que iría a buscarlo, ya no quedaba más por esperar.
Salió abrigada, era una tarde parecida a la de su partida, pero de domingo demasiado común para lo que a ella le estaba pasando. Sin embargo un poco le gustaba, la temperatura era óptima, la calle estaba pacífica y sentía que la abrazaban las construcciones y los manguerazos, y algunas que otras flores olorosas.
A cada paso se llenaba de curiosidad por saber donde estaría. Y de tristeza. Caminó las dos cuadras que la separaban del parque. Ese espacio se hacía sentir de mucho antes de llegar hasta él y estaba cargado de instancias de su vida, y de un sentimiento general de distensión y de tranquilidad, aunque una tranquilidad muy de ciudad. Era muy loco, antes de llegar al parque ya se sentía que tenía algo especial y era raro no darse cuenta cual era el clima antes de entrar en él. Era claro que no estaría allí en persona pero igual pensó que sería bueno pasar por allí, porque él estaría de alguna manera presente en ese lugar tan de ellos. Le agradaba. Se adentró y observó que estaba bastante lleno de gente. Lleno. Los bancos, los caminos, las partes del pasto, las partes de sol. Pasando la parte de los juegos visualizó un banco a lo lejos del cual se estaban levantando dos personas. Se apresuró para poder ocuparlo. Estaba cerca de los juegos y escuchaba constantes gritos, y veía las palomas amontonarse cerca de ella, pero todo eso disminuyó al acercarse al banco vacío, esa era una parte mucho más silenciosa.
En la mudez pudo recordar bien que los últimos días Leo estaba más loco que nunca. Con sus obsesiones con las fotos de Jo que estaban siempre en la sala, las sacaba y las ponía, las cambiaba de lugar, las miraba por largos ratos de un modo extraño. Se acercó un perro bastante grande a olfatearla, y le pareció bastante parecido a Julio pero mucho más grande. Era como un pastor inglés grande y todo negro. El padre de Julio, pensó. Quizás, podía ser ya que nunca supieron realmente quienes habían sido sus padres, Julio había sido un regalo de un a tía de Jo. Pero sospechaban que había nacido en un campo que ella tenía. No era un perro de raza pero era hermoso. Todo aquel que lo conocía quedaba encantado. Después de un rato de estar allí sintió unas inmensas ganas de que aparecieran. Comenzó a caminar lentamente hacia el otro lado del parque. Llegó hasta el lado del monumento, se chocó con una gente que caminaba muy rápido, observó algunos puestos de artesanías. Eso la iba a distraer un poco hasta decidir para donde ir, pensaba. Miró unos anillos que le llamaron la atención y se probó uno. Era de colores, de mostacillas rojas, negras, celestes, blancas, rosas. Lo miró puesto en su mano, bastante bien. Y en eso vio detrás de un puesto asomarse a Julio. Miró sorprendida.
_ ¡¡¡Julio!!!- se acercó para alzarlo. Tenía una correa muy larga. Tomó al perro entre los brazos y siguió la soga que le pareció era demasiado extensa y tres puestos más allá encontró a Leonardo.
_ Te estaba buscando...
Julio no paraba de lamerle la cara, emocionado.
_ Ah!, ella es mi mujer- dijo él a una señora que parecía estaba dialogando con él hasta que María llegó al lugar.
_ Ellos están interesados en Julio.- continuó.
_ Ah si, mira vos.- a María le salía fuego por los ojos de la indignación. Miraba a Leonardo incrédula.
_ Si dalee, ¡¡mami!!... ¿Me lo prestás?- un niño gritón y detestable se le acercó a María requiriéndole a Julio.
_ No, no. - le dijo ella y se alejó y trató de hacer a Leonardo a un lado.
_ Te estás yendo...
_Vení Fede te dije que no molestes. - el padre del chico parecía más centrado. Finalmente el chico pudo agarrar a Julio porque con lo inquieto que era el perro se bajó de los brazos de María. La señora parecía embobada con el perro y el nene también.
_ Pero como ¿no era lo que querías?
Ella odió su cara de loco que no dormía hacía días y decía incoherencias.
_ Vamos a casa Leonardo por favor te lo pido dejá de hacer esto.
_ Perdón, ¿Cuánto sale este perro?- era un chico con aspecto de hippie acompañado de su novia que se habían acercado al ver el cartel que tenía la caja. Rezaba: Vendo perro porque ya no puedo cuidarlo.
_ No está en venta.- le dijó María.
El joven expresó en su rostro la incomprensión de la situación. Arqueó los labios hacia abajo y miró a su novia.
_ Disculpen es un error. - se excusó ella y comenzó a levantar la caja y las cosas de Julio que estaban desparramadas por el piso.
_ No, no es un error. - Leonardo intervino preocupado.
Mientras el matrimonio feliz y el niño malo no había registrado la situación y seguían cargoseando al pobre Julio.
_ Bueno está bien Fede. Lo vamos a comprar.
_ Señor, nos llevamos al perro.
El hombre sacó una billetera de donde extrajo quinientos pesos. Y se los tendió a Leonardo contento.
_ Señor lo lamento el perro vale mil quinientos, no quinientos.
_ Pero ¿cómo?- el señor se irritó sobremanera.
_ Con ese precio...entonces...
Leonardo negó con la cabeza cerrando los ojos enojado.
_ Supongo que puedo opinar en el precio, es mío también ¿no?
_ ¡Sii!, papi porfiii.- el niño le tiraba a su padre de la ropa y María lo miraba furiosa.
_ Está bien pero con los juguetes y el tachito del agua y el de la comida.- la señora dijo esto señalando esos elementos y luego los observó a ambos esperando la respuesta.
_ Si y también tenemos la bolsa de comida.- mientras decía esto Leonardo les mostraba una bolsa de alimento para perro casi entera.
Después de deliberar entre ellos la familia decidió comprarlo igual. Le había salido mal la jugada, así que María tuvo que ceder a entregarlo y además sabía que no era de ella Julio aunque así lo sentía. Las lágrimas invadieron su cara cuando los vio alejarse. Leonardo tomo la caja de cartón y un pompón que había quedado de sus juguetes escondido debajo. Ahora sí ya no quedaba nada más que hacer ni hablar. Debía entrar al trabajo como siempre y de secó él también su llanto.
_ Me voy. - antes de partir la miró a los ojos. Se había guardado el pompón para tenerlo entre su colección de cosas de los que ya no estaban. María sintió que ella si estaba y seguiría estando si lograba perdonarlo pero de nada serviría. Pensó lo inútil que era.
_ Después de todo va a servirnos para algo, nos vamos a sacar la deuda con los chicos, y además vamos a poder pagar el alquiler sin problemas.- intentó que se filtre un poco de sensatez en esas palabras, y por un momento, aunque sea breve, lo logró.
_ ¿Venís a la noche?
_ ¿Puedo?
_ Sí claro.- dijo ella sin mirarlo y comenzó a caminar hacia su casa. Al verla irse sintió un temblor y una ráfaga de culpa le inestabilizó el piso. Pero en el fondo encontraba algo de placer inexplicable al hacerla sufrir. Se sintió una basura humana sin retorno. Cuando la perdió de vista se dirigió a su trabajo con aire ausente.
Por la noche la casa más silenciosa de la ciudad cenaba a oscuras en un comedor tenebroso y sus vidas amargadas ni siquiera se despabilaban con la fuerte tormenta que se avecinaba. Cenaban al calor de una vela un arroz con atún y tomate. Sordos ruidos de platos solamente. Hasta que hubo uno que los sorprendió por su extrañeza.
_ Que ruido...
_ Es como de uñas.- María frunció el cejo. De repente se paró como si hubiese entendido algo y fue hacia la puerta de calle. Leonardo reconoció ese gesto porque era raro en ella. En la puerta Julio los esperaba, con una correa roja y una chapa que decía Tomy, mojándose con las primeras gotas de la tormenta.
Se envolvieron en una mirada de complicidad. Ella sonrió e hicieron pasar al visitante.
Fin.

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