viernes, 20 de abril de 2007

El loco.

Primera parte.

El deber de no parar de cumplir con las obligaciones que tenía lo hacía darse marcha. Y no marcha atrás, sino un envión hacia adelante. Pasaba entre la mesa y la máquina de coser conservando su mirada un poco debajo de la puerta, un poco enfrente del televisor, dejándose llevar cada momento con una nueva parte del comedor, siempre aburrido. Últimamente se estaba haciendo una pregunta, qué haría si supiera que pronto todo iba a terminar. Donde llevaría sus cosas para estar un rato a solas. En qué pensaría por las noches. Trataba de mirarse con respeto, sin ser tan duro pero al final los juicios no eran tan flexibles. No había cultivado todo lo que a lo largo de su vida había soñado. Y los fantasmas lo perseguían casi sin tregua. Cerraba los ojos cuando escuchaba la música de su alma. Y agradecía haber vivido tanto. Desear tomarle la mano a Victoria cuando ya no estaba. Y dejar que las lágrimas humedezcan los días. Pero aún en ese tiempo era el deber lo que lo hacía seguir.
_ ¡Ey! Ya está todo. Podemos comer…
_Ya voy cielo.
_Bueno
_Dale que se enfría…
Le molestaba esa insistencia cuando estaba en lo mejor de los recuerdos en su cabeza.
_ Si ella estuviera aquí, se habría sentado y agarrado un vaso de agua, y hubiese dicho:
¿Qué están mirando?
_ Sí, Jo si.- María asentía aturdida a su ya sin demasiado remedio marido.
Y le sonreía con una punzada de dolor en los labios.
Era posible que a la hora de comer siempre le diese por hablar de alguien muerto.
Era su obsesión con la muerte lo que se estaba haciendo patente en esos días, y ella se preocupaba de más. Eran locuras, solo eso…
Y sentía cada día descubrir una nueva. Era claro que él estaba enloqueciendo y aún así no podía dejar de amarlo. Pero se hacía difícil.
Recordó súbitamente que la camisa que tenía puesta, una camisa a cuadros celeste y blanca, era de Tito, aparte de que le quedaba muy bien, claro. Lo miró un tanto desconcertada al reparar en ese detalle. Sus ojos se entrecerraron a la vez que la imagen de Tito con esa camisa caminando por la calle se le antojaba muy nítida.
­_ Él me la prestó.- dijo él al darse cuenta de que ella lo estaba mirando de ese modo.
A la imagen de Tito se le sumó entonces a ella la imagen de Tito entregándole la camisa doblada muy prolijamente en un cuarto muy oscuro, los dos envueltos entre las sombras.
_ Si claro me imagino.
Rió un poco irónicamente y otro poco por no saber qué decir.
Ya eran muchas las veces que no sabía qué decir con él. Qué decir, ya no había nada para decir realmente.
A lo largo de la comida ambos pensaban cada uno en qué sería de ellos cuando llegase el invierno. Ya no tenían casi para mantenerse y vencerían los plazos del alquiler. Se sentían absurdos aún estando juntos. El comedor estaba apagado y lúgubre y lo que hacía él todo el tiempo era caminar por la casa y pensar.
El ruido del televisor de fondo y el ruido de los platos solo se escuchaba. Ruidos huecos y bajos, reprimidos.
Cada tanto alguno fijaba la mirada en el aparato sin demasiada atención.
_Podríamos venderlo, dice él.
_Que decís, no claro que no.
_ ¿Por qué no?
_Porque no, sería muy aburrido.
_ Si ni lo mirás, mirás hacia la nada.
_ Si lo miro, Leo no hinches.
_ Con tal de contradecirme todo ¿no?
_Lo miro- ella parecía querer cerrar el tema.
Pero él seguía esa idea con insistencia. Dándole razones por las cual debían hacerlo. Creía que estaba argumentando bien, sin embargo para ella los planteos que hacía no tenían mucho sentido. Comenzó a hablar del gasto de la luz. Y en algún punto cumbre de la conversación ella sintió que ya casi no tenían nada más que hablar.
Una punzada de bronca la atravesó de lado a lado, cuando se dio cuenta de que no iba a parar de molestarla. Lo miro con rabia, rodeaba su cuerpo una aureola iracunda. Ya no sentía hambre y dejando la comida a un lado lo miró fijo.
_No lo vamos a vender.
_ No, no lo vamos a vender, lo voy a vender.
La bronca le salía por todos lados. Subió el tono.
_No lo vas a hacer, y basta de hablar.
_ No me importa lo que pienses. Yo lo voy a vender, y te doy tu parte.
_ No seas ridículo.
_ No me trates de loco, ¿eh? Si la loca sos vos, no se puede hablar de nada con vos. ¿No te das cuanta de que necesitamos sacar plata de algún lado?
_ Si claro y vendiendo el televisor vamos a sacar mucha plata.
­_ Algo es algo.
_ Bueno, ¿Por qué no vendemos a Julio si no?, si querés vender algo... Si esa es una buena idea, total no le das ni bola.
Él se desencajo. Julio era el perro de Jo.
_ Sos una guacha.- Se paro y la miro con ojos acuosos. Ella lo miro con odio.
_ Sos una guacha.
_Y vos sos un loco de mierda.
_ ¡Desalmada! Nunca la quisiste ¿no? Decí la verdad – volvió a sentarse.
Ella callada sin poder creerlo bajó la mirada desesperanzada. Lo había provocado a propósito pero ya se le iba de las manos, como cuando uno hace algo sin saber bien porqué y después las consecuencias se le vienen encima inquebrantables.
_ Aceptaste que venga solo por mí, ¿no? Pero no la quisiste nunca, no la quisiste. Y ahora no me dejas llorarla.
María le tomó la mano con dos lágrimas saliendo de sus ojos cansados.
_Ella ya no está Leo, yo no puedo hacer nada, no puedo traerla de vuelta, ¿entendés?
_ No claro, ni te conviene.
_ ¿Ni me conviene? pero que decís, no te entiendo…
_ No me importa.
Él se levanto y se dispuso a marcharse. Quedó María a solas en el comedor con los platos sobre la mesa a medio terminar. Julio se acercó y movió la cola poniéndole las patas encima. Lo miro con compasión y fue a abrirle la puerta de la terraza. En dos horas debía irse a trabajar gracias al cielo, y ella podría estar un poco sola para pensar mejor en todo aquello. Su cabeza era un torbellino de ideas inconexas y dolorosas pero incapaces de ser ciertas. Lloró un largo rato allí sentada. En la tele seguían hablando de unos rehenes. Luego terminó el noticiero y comenzó la novela de las tres de la tarde. Con un galán horrible e insulso. El cansancio la fue venciendo dado que casi no había podido dormir la noche anterior. Cuando el al fin abrió la puerta de la habitación para irse Leonardo la encontró recostada sobre sus brazos encima de la mesa. Se había dormido. Sigilosamente puso a calentar agua, y buscó una caja de cartón. Preparó una mochila donde puso algo de ropa, un termo y el mate de los dos.
_ Shhh, vamo Julito, shhshs.
Julio movía la cola y una vez que vio la caja se metió de inmediato. Le había atado un cordón y quedaba muy gracioso con la caja colgada y Julio asomado. Como un pompón negro y muy alegre. Tenia demasiado pelo para su tamaño pero era un buen perro.
Dando la última mirada a su alrededor y a ella aún dormida, se marcho cerrando suavemente la puerta.
Cuando ella despertó la casa totalmente vacía le pareció mucho más oscura pese a que no era tarde y no tardó en darse cuanta de la ausencia de Julio. Sin embargo la cocina todavía estaba caliente. Pensó en si iba a ir con Julio al trabajo.
_ No hace mucho- pensó y observó la casa seria y pensativa, con sus ojos aún dormidos. La persiana de la ventana del comedor seguía baja y los platos aún allí con sus restos, la novela de las tres había terminado hacía rato.

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