viernes, 29 de enero de 2010

Plegaria.

A la mayor de todas las obras este lado mío,
perdido en la ignorancia de una tórrida brisa, que nada consuela.
El camino y la angustia de saberlo urgente a una voz tan lejana e inalcanzable.
En un lugar parecido al paraíso. Ahora mi desesperada búsqueda, mi desazón.
Ese lado que se muestra oscuro de día, que asoma a veces, sumergido en lo más hondo de un pútrido pantano en donde largos desechos nadan.
Es el desatino de un jugador y el rencoroso sueño de un brujo
que van caminando hacia atrás en una ciudad distante.
Al mayor plan por obra del dios único, a los reyes del cielo,
a los más tediosos días de incertidumbre, a ellos hablo.
Y espero encontrar ese lado mío que se quedó entre los años
y que solamente podría renacer en las mágicas almas,
a través del silencio. Del horroroso silencio de la espera.
El instante primero del día son años. Y son decenas de miles de décadas
cuando tus ojos se posan en los míos y llega la noche.
Un desde siempre renovando la ráfaga de ensueño y fantasmas
me revela del fondo de su voz lo irremediable. Entre altas paredes
recorro el centro regional de tu cuerpo con la ansiedad de un niño.
Y muchas horas vuelan por detrás de mí sin poder hallarlas.
Es ahora en el aire que respiro la angustia. El pesado deseo de recordar,
de sentir en vivo las sonrisas que quiero, el calor de un abrazo,
donde mi lado descansa a cada minuto, a cada segundo.
Donde al cálido temple de las horas no es nada si refuerzo,
lo valiente de un hombre, la fortaleza de un alma.
Por eso al mayor y más poderoso de los dioses, fundo mi plegaria.

Ciudad.

La ciudad se derrumba como ciudad en llamas,
así llamada, ciudad,en un simple día.

Desde una brasa, desde el silencio de la tarde,

desde el viento eterno y distante,
desde el sol infinito y tibio,
como una llama que todo lo acalora.

Oigo que la muerte llama y enciende el cielo.

La muerte le pide abrigo al despiadado sol. Una vez…

Es el templo que se expande, que esparce su espíritu

entre los hombres que andan.

La ciudad se entrena en la llama de la legalidad,

en la justicia de la que haban los muertos que aun pelean.

En las palabras que dicen los hombres en sus sueños de umbral.

Y se notan sus sonrisas como se nota el horizonte.

Gestos de infantes que dicen más que mil hombres juntos,
sin complicaciones ni sugerencias,

sin elegancia ni posturas. Su temple se desplaza

infeliz, siempre infeliz,
y llama cuando arde el sol del mediodía
y siempre inquieto cuando las nubes suenan.

La urbe se reprocha repetirse en un espacio a cuadros,

caminar por la sombra,
no conocer los rostros que de ella hablan.
La gracia de la muerte ciudad, el desperdicio.
Caminando por sus calles todo lo destrozado,
en ese aire,en las ventanas, en las puertas,
escombros más, restos llama, a nadie dirigidos,
ni a un hombre que no es hombre sino un triste papel,
que juega con las sobras de una boleta llama,
en medio del céntrico milenio.

Todo es llama a una hora del día en que la luz revienta.

Todo es obra. De nadie específico, es de nadie, es mudo,

es sombra perpetua y oscura y repetida,
como una desgastada fotocopia.
Y el hambre se filtra por los huecos
de edificios cansados.
A falta de la plaza me parece un día venir de algún lado,
a donde nadie va, porque solo es parte de un absurdo sueño.

Un día es un día donde algo perdido vaga

en la ciudad de fuego.