sábado, 28 de abril de 2007

El loco.

Segunda parte.
Sola parecía aclararse un poco la situación. Leonardo tarde o temprano llamaría o daría alguna señal, y después de todo quizás no estaba mal una distancia. Pensaba constantemente en donde podía estar y varias ideas se le ocurrían pero no sabía por donde empezar a buscarlo si es que debía hacerlo. Y la idea de que podía llegar a vender a Julio la atemorizaba. Si lo hacía lo haría para hacerla sentir culpable, y obviamente lo lograría. Pero al pensarlo le parecía tan ridículo que lo desechaba en seguida. Al paso de los días ya tenía la sospecha de que Leonardo se había ido a algún lugar cercano y se quedaría allí durante un tiempo. Seguramente no decía ni dónde estaba ni llamaba en un par de días porque supuestamente estaba enojado por la discusión. No sería tanto lo que tendría que esperar para su regreso pero por esos días el tiempo parecía estirarse tanto y por momentos le venía el miedo a que él no volviese en toda la primavera o peor de que él no volviese nunca, y se veía sin nadie y arrepentida. Y en esos instantes se asustaba tanto que creía que se atragantaba con la soledad de su casa, con el futuro negro que veía abrirse para ella. Ya habían pasado dos días cuando decidió que iría a buscarlo, ya no quedaba más por esperar.
Salió abrigada, era una tarde parecida a la de su partida, pero de domingo demasiado común para lo que a ella le estaba pasando. Sin embargo un poco le gustaba, la temperatura era óptima, la calle estaba pacífica y sentía que la abrazaban las construcciones y los manguerazos, y algunas que otras flores olorosas.
A cada paso se llenaba de curiosidad por saber donde estaría. Y de tristeza. Caminó las dos cuadras que la separaban del parque. Ese espacio se hacía sentir de mucho antes de llegar hasta él y estaba cargado de instancias de su vida, y de un sentimiento general de distensión y de tranquilidad, aunque una tranquilidad muy de ciudad. Era muy loco, antes de llegar al parque ya se sentía que tenía algo especial y era raro no darse cuenta cual era el clima antes de entrar en él. Era claro que no estaría allí en persona pero igual pensó que sería bueno pasar por allí, porque él estaría de alguna manera presente en ese lugar tan de ellos. Le agradaba. Se adentró y observó que estaba bastante lleno de gente. Lleno. Los bancos, los caminos, las partes del pasto, las partes de sol. Pasando la parte de los juegos visualizó un banco a lo lejos del cual se estaban levantando dos personas. Se apresuró para poder ocuparlo. Estaba cerca de los juegos y escuchaba constantes gritos, y veía las palomas amontonarse cerca de ella, pero todo eso disminuyó al acercarse al banco vacío, esa era una parte mucho más silenciosa.
En la mudez pudo recordar bien que los últimos días Leo estaba más loco que nunca. Con sus obsesiones con las fotos de Jo que estaban siempre en la sala, las sacaba y las ponía, las cambiaba de lugar, las miraba por largos ratos de un modo extraño. Se acercó un perro bastante grande a olfatearla, y le pareció bastante parecido a Julio pero mucho más grande. Era como un pastor inglés grande y todo negro. El padre de Julio, pensó. Quizás, podía ser ya que nunca supieron realmente quienes habían sido sus padres, Julio había sido un regalo de un a tía de Jo. Pero sospechaban que había nacido en un campo que ella tenía. No era un perro de raza pero era hermoso. Todo aquel que lo conocía quedaba encantado. Después de un rato de estar allí sintió unas inmensas ganas de que aparecieran. Comenzó a caminar lentamente hacia el otro lado del parque. Llegó hasta el lado del monumento, se chocó con una gente que caminaba muy rápido, observó algunos puestos de artesanías. Eso la iba a distraer un poco hasta decidir para donde ir, pensaba. Miró unos anillos que le llamaron la atención y se probó uno. Era de colores, de mostacillas rojas, negras, celestes, blancas, rosas. Lo miró puesto en su mano, bastante bien. Y en eso vio detrás de un puesto asomarse a Julio. Miró sorprendida.
_ ¡¡¡Julio!!!- se acercó para alzarlo. Tenía una correa muy larga. Tomó al perro entre los brazos y siguió la soga que le pareció era demasiado extensa y tres puestos más allá encontró a Leonardo.
_ Te estaba buscando...
Julio no paraba de lamerle la cara, emocionado.
_ Ah!, ella es mi mujer- dijo él a una señora que parecía estaba dialogando con él hasta que María llegó al lugar.
_ Ellos están interesados en Julio.- continuó.
_ Ah si, mira vos.- a María le salía fuego por los ojos de la indignación. Miraba a Leonardo incrédula.
_ Si dalee, ¡¡mami!!... ¿Me lo prestás?- un niño gritón y detestable se le acercó a María requiriéndole a Julio.
_ No, no. - le dijo ella y se alejó y trató de hacer a Leonardo a un lado.
_ Te estás yendo...
_Vení Fede te dije que no molestes. - el padre del chico parecía más centrado. Finalmente el chico pudo agarrar a Julio porque con lo inquieto que era el perro se bajó de los brazos de María. La señora parecía embobada con el perro y el nene también.
_ Pero como ¿no era lo que querías?
Ella odió su cara de loco que no dormía hacía días y decía incoherencias.
_ Vamos a casa Leonardo por favor te lo pido dejá de hacer esto.
_ Perdón, ¿Cuánto sale este perro?- era un chico con aspecto de hippie acompañado de su novia que se habían acercado al ver el cartel que tenía la caja. Rezaba: Vendo perro porque ya no puedo cuidarlo.
_ No está en venta.- le dijó María.
El joven expresó en su rostro la incomprensión de la situación. Arqueó los labios hacia abajo y miró a su novia.
_ Disculpen es un error. - se excusó ella y comenzó a levantar la caja y las cosas de Julio que estaban desparramadas por el piso.
_ No, no es un error. - Leonardo intervino preocupado.
Mientras el matrimonio feliz y el niño malo no había registrado la situación y seguían cargoseando al pobre Julio.
_ Bueno está bien Fede. Lo vamos a comprar.
_ Señor, nos llevamos al perro.
El hombre sacó una billetera de donde extrajo quinientos pesos. Y se los tendió a Leonardo contento.
_ Señor lo lamento el perro vale mil quinientos, no quinientos.
_ Pero ¿cómo?- el señor se irritó sobremanera.
_ Con ese precio...entonces...
Leonardo negó con la cabeza cerrando los ojos enojado.
_ Supongo que puedo opinar en el precio, es mío también ¿no?
_ ¡Sii!, papi porfiii.- el niño le tiraba a su padre de la ropa y María lo miraba furiosa.
_ Está bien pero con los juguetes y el tachito del agua y el de la comida.- la señora dijo esto señalando esos elementos y luego los observó a ambos esperando la respuesta.
_ Si y también tenemos la bolsa de comida.- mientras decía esto Leonardo les mostraba una bolsa de alimento para perro casi entera.
Después de deliberar entre ellos la familia decidió comprarlo igual. Le había salido mal la jugada, así que María tuvo que ceder a entregarlo y además sabía que no era de ella Julio aunque así lo sentía. Las lágrimas invadieron su cara cuando los vio alejarse. Leonardo tomo la caja de cartón y un pompón que había quedado de sus juguetes escondido debajo. Ahora sí ya no quedaba nada más que hacer ni hablar. Debía entrar al trabajo como siempre y de secó él también su llanto.
_ Me voy. - antes de partir la miró a los ojos. Se había guardado el pompón para tenerlo entre su colección de cosas de los que ya no estaban. María sintió que ella si estaba y seguiría estando si lograba perdonarlo pero de nada serviría. Pensó lo inútil que era.
_ Después de todo va a servirnos para algo, nos vamos a sacar la deuda con los chicos, y además vamos a poder pagar el alquiler sin problemas.- intentó que se filtre un poco de sensatez en esas palabras, y por un momento, aunque sea breve, lo logró.
_ ¿Venís a la noche?
_ ¿Puedo?
_ Sí claro.- dijo ella sin mirarlo y comenzó a caminar hacia su casa. Al verla irse sintió un temblor y una ráfaga de culpa le inestabilizó el piso. Pero en el fondo encontraba algo de placer inexplicable al hacerla sufrir. Se sintió una basura humana sin retorno. Cuando la perdió de vista se dirigió a su trabajo con aire ausente.
Por la noche la casa más silenciosa de la ciudad cenaba a oscuras en un comedor tenebroso y sus vidas amargadas ni siquiera se despabilaban con la fuerte tormenta que se avecinaba. Cenaban al calor de una vela un arroz con atún y tomate. Sordos ruidos de platos solamente. Hasta que hubo uno que los sorprendió por su extrañeza.
_ Que ruido...
_ Es como de uñas.- María frunció el cejo. De repente se paró como si hubiese entendido algo y fue hacia la puerta de calle. Leonardo reconoció ese gesto porque era raro en ella. En la puerta Julio los esperaba, con una correa roja y una chapa que decía Tomy, mojándose con las primeras gotas de la tormenta.
Se envolvieron en una mirada de complicidad. Ella sonrió e hicieron pasar al visitante.
Fin.

viernes, 20 de abril de 2007

El loco.

Primera parte.

El deber de no parar de cumplir con las obligaciones que tenía lo hacía darse marcha. Y no marcha atrás, sino un envión hacia adelante. Pasaba entre la mesa y la máquina de coser conservando su mirada un poco debajo de la puerta, un poco enfrente del televisor, dejándose llevar cada momento con una nueva parte del comedor, siempre aburrido. Últimamente se estaba haciendo una pregunta, qué haría si supiera que pronto todo iba a terminar. Donde llevaría sus cosas para estar un rato a solas. En qué pensaría por las noches. Trataba de mirarse con respeto, sin ser tan duro pero al final los juicios no eran tan flexibles. No había cultivado todo lo que a lo largo de su vida había soñado. Y los fantasmas lo perseguían casi sin tregua. Cerraba los ojos cuando escuchaba la música de su alma. Y agradecía haber vivido tanto. Desear tomarle la mano a Victoria cuando ya no estaba. Y dejar que las lágrimas humedezcan los días. Pero aún en ese tiempo era el deber lo que lo hacía seguir.
_ ¡Ey! Ya está todo. Podemos comer…
_Ya voy cielo.
_Bueno
_Dale que se enfría…
Le molestaba esa insistencia cuando estaba en lo mejor de los recuerdos en su cabeza.
_ Si ella estuviera aquí, se habría sentado y agarrado un vaso de agua, y hubiese dicho:
¿Qué están mirando?
_ Sí, Jo si.- María asentía aturdida a su ya sin demasiado remedio marido.
Y le sonreía con una punzada de dolor en los labios.
Era posible que a la hora de comer siempre le diese por hablar de alguien muerto.
Era su obsesión con la muerte lo que se estaba haciendo patente en esos días, y ella se preocupaba de más. Eran locuras, solo eso…
Y sentía cada día descubrir una nueva. Era claro que él estaba enloqueciendo y aún así no podía dejar de amarlo. Pero se hacía difícil.
Recordó súbitamente que la camisa que tenía puesta, una camisa a cuadros celeste y blanca, era de Tito, aparte de que le quedaba muy bien, claro. Lo miró un tanto desconcertada al reparar en ese detalle. Sus ojos se entrecerraron a la vez que la imagen de Tito con esa camisa caminando por la calle se le antojaba muy nítida.
­_ Él me la prestó.- dijo él al darse cuenta de que ella lo estaba mirando de ese modo.
A la imagen de Tito se le sumó entonces a ella la imagen de Tito entregándole la camisa doblada muy prolijamente en un cuarto muy oscuro, los dos envueltos entre las sombras.
_ Si claro me imagino.
Rió un poco irónicamente y otro poco por no saber qué decir.
Ya eran muchas las veces que no sabía qué decir con él. Qué decir, ya no había nada para decir realmente.
A lo largo de la comida ambos pensaban cada uno en qué sería de ellos cuando llegase el invierno. Ya no tenían casi para mantenerse y vencerían los plazos del alquiler. Se sentían absurdos aún estando juntos. El comedor estaba apagado y lúgubre y lo que hacía él todo el tiempo era caminar por la casa y pensar.
El ruido del televisor de fondo y el ruido de los platos solo se escuchaba. Ruidos huecos y bajos, reprimidos.
Cada tanto alguno fijaba la mirada en el aparato sin demasiada atención.
_Podríamos venderlo, dice él.
_Que decís, no claro que no.
_ ¿Por qué no?
_Porque no, sería muy aburrido.
_ Si ni lo mirás, mirás hacia la nada.
_ Si lo miro, Leo no hinches.
_ Con tal de contradecirme todo ¿no?
_Lo miro- ella parecía querer cerrar el tema.
Pero él seguía esa idea con insistencia. Dándole razones por las cual debían hacerlo. Creía que estaba argumentando bien, sin embargo para ella los planteos que hacía no tenían mucho sentido. Comenzó a hablar del gasto de la luz. Y en algún punto cumbre de la conversación ella sintió que ya casi no tenían nada más que hablar.
Una punzada de bronca la atravesó de lado a lado, cuando se dio cuenta de que no iba a parar de molestarla. Lo miro con rabia, rodeaba su cuerpo una aureola iracunda. Ya no sentía hambre y dejando la comida a un lado lo miró fijo.
_No lo vamos a vender.
_ No, no lo vamos a vender, lo voy a vender.
La bronca le salía por todos lados. Subió el tono.
_No lo vas a hacer, y basta de hablar.
_ No me importa lo que pienses. Yo lo voy a vender, y te doy tu parte.
_ No seas ridículo.
_ No me trates de loco, ¿eh? Si la loca sos vos, no se puede hablar de nada con vos. ¿No te das cuanta de que necesitamos sacar plata de algún lado?
_ Si claro y vendiendo el televisor vamos a sacar mucha plata.
­_ Algo es algo.
_ Bueno, ¿Por qué no vendemos a Julio si no?, si querés vender algo... Si esa es una buena idea, total no le das ni bola.
Él se desencajo. Julio era el perro de Jo.
_ Sos una guacha.- Se paro y la miro con ojos acuosos. Ella lo miro con odio.
_ Sos una guacha.
_Y vos sos un loco de mierda.
_ ¡Desalmada! Nunca la quisiste ¿no? Decí la verdad – volvió a sentarse.
Ella callada sin poder creerlo bajó la mirada desesperanzada. Lo había provocado a propósito pero ya se le iba de las manos, como cuando uno hace algo sin saber bien porqué y después las consecuencias se le vienen encima inquebrantables.
_ Aceptaste que venga solo por mí, ¿no? Pero no la quisiste nunca, no la quisiste. Y ahora no me dejas llorarla.
María le tomó la mano con dos lágrimas saliendo de sus ojos cansados.
_Ella ya no está Leo, yo no puedo hacer nada, no puedo traerla de vuelta, ¿entendés?
_ No claro, ni te conviene.
_ ¿Ni me conviene? pero que decís, no te entiendo…
_ No me importa.
Él se levanto y se dispuso a marcharse. Quedó María a solas en el comedor con los platos sobre la mesa a medio terminar. Julio se acercó y movió la cola poniéndole las patas encima. Lo miro con compasión y fue a abrirle la puerta de la terraza. En dos horas debía irse a trabajar gracias al cielo, y ella podría estar un poco sola para pensar mejor en todo aquello. Su cabeza era un torbellino de ideas inconexas y dolorosas pero incapaces de ser ciertas. Lloró un largo rato allí sentada. En la tele seguían hablando de unos rehenes. Luego terminó el noticiero y comenzó la novela de las tres de la tarde. Con un galán horrible e insulso. El cansancio la fue venciendo dado que casi no había podido dormir la noche anterior. Cuando el al fin abrió la puerta de la habitación para irse Leonardo la encontró recostada sobre sus brazos encima de la mesa. Se había dormido. Sigilosamente puso a calentar agua, y buscó una caja de cartón. Preparó una mochila donde puso algo de ropa, un termo y el mate de los dos.
_ Shhh, vamo Julito, shhshs.
Julio movía la cola y una vez que vio la caja se metió de inmediato. Le había atado un cordón y quedaba muy gracioso con la caja colgada y Julio asomado. Como un pompón negro y muy alegre. Tenia demasiado pelo para su tamaño pero era un buen perro.
Dando la última mirada a su alrededor y a ella aún dormida, se marcho cerrando suavemente la puerta.
Cuando ella despertó la casa totalmente vacía le pareció mucho más oscura pese a que no era tarde y no tardó en darse cuanta de la ausencia de Julio. Sin embargo la cocina todavía estaba caliente. Pensó en si iba a ir con Julio al trabajo.
_ No hace mucho- pensó y observó la casa seria y pensativa, con sus ojos aún dormidos. La persiana de la ventana del comedor seguía baja y los platos aún allí con sus restos, la novela de las tres había terminado hacía rato.

miércoles, 18 de abril de 2007

Cansada

Voy alienada por las calles y es ahora más que nunca que soy la nada del todo. Camino por la maldita ciudad, no hay salida, o la hay pero no me atrevo a quedarme para siempre afuera. Me quemo porque hay fuego por todos lados. Pierdo el control y me controlan: soy algo que no marca diferencias. Acuerda horarios y los cumple; pomete préstamos y los efectúa; se obliga a hacer cosas. Si ya no quiero hacer nada. Quiero estar cerca del agua y mojarme, refrescarme. Siento frio y me petrifico, el frío me sofoca, no puedo respirar. Me asfixio, necesito aire, apertura. Las paredes del cuarto me comprimen. Los teléfonos me agobian, las fechas me omnubilan. Los horarios me apabullan. No quiero cumplir más con la palabra, no quiero tener que aceptar condiciones (quiero poder ser yo y que algo salga bien). Las fechas: se supone que hay días en los que uno debe hacer algo. Pero... ¿y si no quiero hacer nada? Necesito expandime y no lo logro, todo me limita, no siento nada. No siento el aire, no lo respiro, no lo degusto. Abro el agua caliente del baño para probar el dulzor del vapor. Pero ni siquiera los estímulos me hacen sentirme. Ya no existo, ni siquiera para mí misma. Sé que son sólo sensaciones pero no puedo dejar de desvanecerme. Soy inapropiada. Estéril. Nada se consigue conmigo ni de mí. Nada crece por mí. Alguna vez fui madre, fui semilla que creció y dió flores y hojas verdes y carnosas, suaves, con aroma. Nada de lo que elegí fue lluvia para la semilla.

domingo, 8 de abril de 2007

Momento estacionado.

La mañana clara lo dice todo. Acompañan a las casas los lamentos obstinados, y en una región oscura habita mi alma porque acá ya no hay nada más que hacer. El tren pasa, sigue su camino y me aprisiona con su andar lento; todo está poco calmo y ruidoso. Veo mi cigarro consumirse, dejando huellas que no se borrarán. El próximo tren es el mío. Siento el cansancio entre el humo que se despeja y un golpe violento que me da una valija al rozarme. Todos apurados suben, escapando. Yo espero.
Claro que no quiero recordar ciertas cosas, ni siquiera las buenas ahora que todo duele, pero no puedo evitar notar que entre las casas lejanas, el sol se esconde como un grito, y yo con él, entre mis manos pidiendo que se calle.
Qué extraño, cuando en la oscuridad de mi cuarto abismal, se desenvolvía mi encierro diario, entre cantos en la penumbra. Últimamente no veo a la gente, solo de vez en cuando salgo por algunas cosas que comer. Camino y observo inquieta las calles. Por momentos rayo la inconciencia, me evado, me escondo del otoño, lo tiño de silencio. Huyo de mí misma para no esperarlo a él. Es cierto, nada de lo que pensamos pudo darse. Ni nada de lo que dijeron, ni lo que ahora me dicen. Pero como me mantuve todo este tiempo demente aferrada a sus ojos, no imaginé nada de esto, y no lo entiendo todavía.
Recorro la estación con la mirada; una mujer queriendo vender hilos de infelicidad a un hombre hambriento, que no le da bolilla. Todo está signado por la muerte. Un guardia me rodea y me mira, desconfiando; yo lo noto, me mira raro. Quizás es por mi no tan agradable aspecto. Espero que nadie se me acerque.
Observo la confitería de la estación, rotosa, de paredes sucias, toda entera, irguiéndose frente a mí, parece absurda, y exhibe desde sus ventanas abiertas el interior donde parece que alguien canta todo el tiempo.
No cesan tus voces ahora como no cesaban las mías de agobiarme...
Recuerdo, mientras todo este infierno se hace más denso al paso de la tarde, y clavándose en mí sus ojos, sus ojos arden y murmuran.
Un murmullo que no puedo apagar.
Estoy enloquecida. No pude entender su tormento, retorcido en la noche, su diálogo con el viento, mientras escondía la cara avergonzado, alucinado, repitiendo aquello que le dictaba el alba, y luego continuaba durmiendo. Miro a los que esperan conmigo el tren, tan quietos, nadie como él.
Qué encierro y que calma el día, yo no espero nada en realidad, solo quisiera tenerlo conmigo; ahora por lo menos alguien puede escucharme. El delirio asiente frustrado a mis palabras, temo que me desarme, que se encienda demasiado. Trato de controlarme.
Parece tarde para arrepentirme, me dejé envolver por su presencia, por su mundo. ¿Qué puedo hacer si está dentro mío? ¿Por qué fue tan hostil? ¿Por qué se atormentaba?
Su imagen se me aparece muy clara, su rostro amado y odiado, su mirada intensa, cuando se inclinaba a escucharlos creo que aún lo quería más. Me hirió, me destruyó. Y lo veo ahora acercarse y sentarse a mí lado.
¿Con quién hablás?
Sonríe y yo también sonrío. Está acá. Nunca se fue.
Mi único desahogo es este ahora que la tormenta no para porque se instaló para siempre desde ese atardecer de furia en el que él desapareció entre la bruma. Hablaba, no a mí pero hablaba, y pude entender que finalmente ya estaba todo dicho. Y mi mente lo repite ahora hasta la eternidad siguiéndome a cualquier parte.
Le diría que vuelva que no se engañe, que no me engañe, que estemos solos por un rato.
La columna de la estación se está transformando en la pared sumisa de nuestro cuarto, nuestro pequeño teatro que construimos para el resto.
El guardia se acerca más y más, posa la vista en mi persona constantemente ya sin disimularlo.
Descubro con horror, con nostalgia, con mi arremolinada mente perdida que no pude descifrar el augurio, ¿como pude querer salvarlo de aquellas palabras?
Las voces imponentes, que a veces le hacían parecer tan gracioso, sobre todo cuando jugaba concentrado con su pelo. En esta estación desierta, es raro, porque parece que hay alguien , es terrible, hay alguien más, y creo que dentro de la confitería. No es el guardia ni esa mujer extraña, que ahora se acerca para ofrecerme sus hilos y a la que le esquivo la mirada.
Deshaciéndome, turbándome estoy dudando si están o no en la estación, pero las columnas una vez más vuelven a ser lo que eran. Y la voz recóndita, ahora mi voz recóndita asiente. Veo que aparece el tren a lo lejos, maquinal, infernal. Invade todo con su mundo de vías, con sus sórdidos vagones avanza cargado de locura.
La vendedora camina cerca de mí, camina sola por alrededor, parece que desvaría. Suspiro. Está cerca de las vías y pienso que es probable que caiga. Pero no hago nada, yo no quisiera involucrarme con nada.
¿Te acordás de las tardes que fueron nuestras? Como hicimos los momentos eternos cuando nadie gritaba? ¿por qué ya no estás? ¿Por qué pudo más una voz, una voz triste y lejana?
Cierro los ojos y escucho. Con frecuencia lo que oigo es su voz. Caen mis lágrimas vanas.
¿Cuando vendrá este tren desquiciado?¿cuando comprenderé lo que dice?
Odio esta estación insoportable, odio al guardia que no deja de molestarme.
Ahí viene el tren, ya llega. La mujer sigue rondando las vías. Ya sé que no puedo decir nada más que este discurso patético. Nada más que escuchar. ¿Es él el que me mira desde la ventana del bar? Mejor subo, y ya. Pero ¡¡¡no!!! ¿¡esa mujer!? El guardia se distrae ahora retando a unos jóvenes que se están durmiendo en la estación. Se va a tirar...ya no me quedan dudas, creo que voy a detenerla.


Juja

Días de cadáver

En tu memoria,
porque creo que te sentiste así,
como yo alguna vez.
Días de cadáver
Los gusanos carcomen
Y el muerto nada hace
Sólo en el balcón del desvelo
Horas que son años
Días que son noches
Tierra entre más tierra
No hay lágrimas
Que la visión aclaren
Alma que deteriora el cuerpo
Ya nada siete el cadáver
Necesita la caricia
Que de la tumba lo arranque
Pero no se escuchan los pasos
El ausente no lo recuerda
Aunque alguna vez
Él mismo lo enterró.


Lau

sábado, 7 de abril de 2007

Barro en los pies

Si teñida de gris
me gusta la nube,
parece caerse.
Pero cuando blanca,
limpia,
insoportáblemente etérea,
imperecedera.
Muta tan lentamente
que nunca veo cuándo se va,
el minuto anterior a su desaparición.
Odio y desconcierto.
Ansiedad e impotencia.
Incapacidad de perturbación.
Prefiero al ave,
que también vuela,
pero luego se posa.
Se cansa de no tener sostén.
Sin apoyo la nube desaparece.
Sin suelo.
Sin barro entre los dedos.
¿"Libertad"?
Mentir para no ensuciarse.
Todo sostén nos marca,
nos mella,
nos aplasta,
nos cambia,
nos ensucia,
nos es.

Lau