martes, 25 de septiembre de 2007

Frutos.

Lo que han sacado lo vuelve dar
Vuelvo a funcionar como lo hace la radio
Cuando una manos blancas la encienden
Y comienza a cantar en medio de la tarde.
Más no puede ser, más no puede dar,
A veces sé que se consumen miedos
Y temo que me agrada saberme desdichada.
En los caminos de la casa pierdo
el conocimiento máximo, infinito.
Quisiera saber cuánto puedo dar y exprimirme
hasta el fin de los llantos como un cítrico fresco.
Pero todo da, me vuelve la mirada
La atención, la palabra, la certeza.
Y también me revuelca en la conciencia
Hasta deleitarse con lo que encuentra, tan cierto
como la luz aquí a mi lado,
Una avalancha luminosa de oscuridad
Que envuelve las manos cuando escribo, así,
Y el alma ya no está condenada.
Es mi única forma de saciarme y ser,
la eternidad, los tristes astros, el aire
que respiro tiernamente y celebro,
Que se vuela fulero y hermoso.

La nada del hombre nada.


Para qué tanto andar en el desierto
Desastroso de tu alma borrosa,
Para qué de la arena tener pena
Si es tan fuerte como los rayos.
Hombre nada, negado del sol
La marcha se sostendrá en el oasis
Y solo el horizonte podrá juzgarnos.
Voy sin ojos cansada, en sombra
Voy partiendo siempre partiendo.
No te voy a decir nunca adiós
Porque si lo hago no tengo nada.
Lo veo así acostada en la arena
Lo veo en el despoblado cielo,
Sé que es para nada en la nada
Se que no estarás, nunca estarás.
Hombre desierto, sí, he quedado
En el tiempo, en la arena, en tu voz,
Son años que pasaron enteros
Por donde voy cansada, vencida,
Por ahora sin rumbos ni horizontes,
Y uniendo la nada con la nada,
Y para qué no sé, para nada
O quizás para poder sentir algo.

sábado, 8 de septiembre de 2007

Pobre material.

En el descanso de la noche sola
Donde me siento con ingenuidad
Mis huesos todos encadenados,
Apresados, enhiestos, apocados, se anudan
Y con un andar enjuto me marcho hacia a luna
A preguntar por qué mi espíritu se ha ido.
Parecen inocentes, enfermos, incapaces
De pensar que una luna revelara
Un misterio tan frágil y tan comprometido
Que no lo sabría ni el más sabio hombre.
¿Por qué solo soy tacto, por qué solo soy carne
Y un hedor funesto que trasfunda los días,
Y se funde a la noche, en sus cimientos,
Y se acapara largos infernales momentos?
¿Por qué tan solo vivo de refrescos y vino?
¿Por qué soy una piedra, por qué humo respiro?
¿Y por qué sin saberlo me fundí en el subsuelo
Como quién de la nada horadara la tierra?
Eso nadie lo sabe, ¿dónde está?, ¿quién lo tiene?
¿Quién posee de poder tamaña envergadura?
¿Qué espacio ocupa si ocupa, pobrecillo,
Un espíritu vagando por la bruma?
En estos huesos sostengo mi consuelo,
En estos los únicos sostenes en tiempos
Tan amargos y lisos, tan duros como el tronco,
En estos los cimientos de un cuerpo transparente,
De pavor desalmado, de piedra enmudecido
Desalmado, mediocre, repulsivo y dormido.