lunes, 2 de mayo de 2011

Tiempo insignificante.

Este signo,
hijo de los signos que lo precedieron, revelador y llano
pasa entre mis dedos como una ráfaga de viento
sin decirme nada,
sin murmurar ni percibir.
Es la cuenta de las horas que faltan para irnos
esos tediosos últimos minutos que erizan mi espalda
que juguetean en la punta de mi lengua.
Y que deseo el de volver a casa.
Este espacio
sin ninguna explicación, sin instrucciones,
sin indicaciones ni contraindicaciones
que tantas veces no me ha dicho nada.
Qué insensata el alma que te olvidó
qué ilusa el alma que creyó en amar
para ver como pasa finalmente entre mis dedos único y remoto
el conocido nombre, las conocidas mismas letras de siempre.
Para irse sin decir, sin recordarlo.

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