martes, 20 de enero de 2009

Tarde fuego.

La tarde es un infierno que quedará encendida
más allá de este día por muchísimos más,
los lugares por los que andará, las aguas que querrán apagarla
parecen fantasmales en su destino incierto.
Hoy no vale nada no se puede pensar,
ardientes objetos que emanan calor guardado,
tocándolos se entienden las heridas del cielo.
Qué infernal quemante sofocante este viento
un viento que te trae y no refresca nada,
el alma llama a tus ojos por donde veo la luz natural
que me penetra, que atraviesa mis huesos.
¿Quién me hablará más con el cuerpo, quién me restará?
¿Quién me agotará y me embriagará de felicidad?
Tu ojo sabio y cansado es el lugar de los muertos
donde te veo, donde me hallo desnuda
donde te veo en llamarada, tus ojos que arden bajo tierra
parecen solo parecen, como un hipócrita espejo.
Tal vez el tibio amanecer a punto de incendiarse
me hará verte entre el fuego embadurnada de piedra,
sin ojos como antes, ¿sin alma también?
¡Qué infernal vida! ¡Qué ingrato corazón!
Qué ahogo lo que no puede ser más que ceniza,
lo que vieja, sobre este paso caluroso de las horas
alejándose de la juventud y de los sueños,
mi alma vela y entierra en el sepulcro.

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