miércoles, 7 de mayo de 2008

Delivery.

Terminaron de hacer los cafés,
de estar tan atareados, de aparentar
y llego y voy y vengo
todo el tiempo llevándolos.
Para los que como ellos
también trabajan.
Pero siento el esfuerzo
demasiado grande, demasiado infeliz
al correr de las horas.
Me recuesto en el tren
y pienso en libertad
y pienso, solo pienso
en despegar.
Me termino el día vagando, con azúcar
y con un pedido
de auxilio.
Arrogancia, y desigualdad
en el almuerzo.
¿Porqué serán los hombres
tan mezquinos?
¿Por qué se entregarán
por monedas?
Me siento asqueada
de descubrir una vez
que queda tanto tiempo
y tan poco
y solo voy vengo
y voy, y vuelvo a ir.
Todo es igual
todo todo el tiempo,
todas las tardes, todos los días
siempre igual...

En el veneno del centro
hay un resquicio
que se acumula
jugoso, por su vicio infame
pero que da lugar a veces
a otras cosas.
Cuando cruzaba, me daba igual
solo miraba la calle,
al caminar sin rumbo
desesperado y un telón teñido
de negro podía verse bajar y subir.
Y existía al subir
un panorama,
un poco más humano.
Sutilmente ambientado
caluroso, con un saludo
y un color ya no tan conocido.
Diría la calle, el sol,
los negocios,
los hombres que
solamente van.
Que simplemente respiran
preocupados por el infierno.
No me daña el aire
solo el suspiro ahogado
que da el viento
desorientado en las puertas.
Solo el ir y venir vacío ya.
Solo una bandeja
bamboleándose en mis manos
y su pasar lento y ruidoso,
ensimismado.
Un rato roto,
un silencio prolongado,
un malestar hondo y estallado,
sólo por palabras mal dichas
momentos de cansancio
extremo, puro
y un traje sucio y arrugado
y un pedido perdido
y olvidado.

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